El 7 de abril se celebra el Día Mundial de la Salud, para el que en 2021 la Organización Mundial de la Salud ha elegido como lema: “Construir un mundo más justo y saludable”. Dos elementos que en el último año se han visto radicalmente vulnerados por la pandemia, que ha impactado especialmente en los colectivos más desfavorecidos y ha acrecentado las desigualdades.
La protección de la salud y el bienestar es también uno de los objetivos identificados por la Comisión Europea en su «Marco Europeo de Competencias Digitales para la Ciudadanía», entendida como la capacidad para “evitar riesgos para la salud física y psicológica en el uso de la tecnología, ser capaz de protegerse a uno mismo y otros frente a posibles peligros en entornos digitales y ser consciente de la importancia de la tecnología digital para el bienestar y la inclusión social”.
Se trata de poner la tecnología a nuestro servicio para disfrutar de todo su potencial y sus ventajas, mediante un uso saludable que redunde en nuestro bienestar. Pero surgen también las dudas relacionadas con la salud: ¿La tecnología genera adicción? ¿Son las redes sociales culpables de provocar ansiedad, depresión e irascibilidad, especialmente entre los más jóvenes? ¿Fomentan la hiperactividad o el déficit de atención?
Mitos y realidades
No existe la adicción a la tecnología, Internet o redes sociales: no está diagnosticada ni clasificada como tal. No lo reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en cambio sí incluyó en 2019 el «trastorno por uso de videojuegos» (ojo: trastorno, no adicción) como problema de salud mental en la undécima Clasificación Internacional de Enfermedades que entrará en vigor el 1 de enero de 2022. La Global Video Game Industry Associations ha protestado enérgicamente y ha pedido que la OMS se replantee esa decisión, ya que no cuenta con el consenso de la comunidad académica.
De hecho, la discusión sobre este tema surgió como una broma, cuando en 1995 el psiquiatra Ivan Goldberg publicó en el boletín de PsyCom.net un artículo satírico en el que parodiaba el «Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders» de la Asociación Americana de Psiquiatría. Para demostrar su rigidez y complejidad, se inventó el término «Internet Addiction Disorder» (Desorden de Adicción a internet). La broma prosperó y comenzó a debatirse sobre esta «adicción».
No existe, por tanto, la adicción. Pero sí existe o puede darse el uso excesivo o abusivo. Esta precisión no es trivial, porque este «uso excesivo» de las redes sociales no se mide en horas «al peso», sino en función de cómo afecta al desarrollo de la vida cotidiana de cada persona y cómo impacta en aspectos personales y sociales. A veces, este uso excesivo no es más que una forma de compensar otras dificultades o una vía de escape.
En el estudio «Children’s mental health support. Social media, gaming and mental health», la organización estadounidense sin ánimo de lucro Child Mind Institute analizó diversas investigaciones realizadas entre menores de edad para contrastar en qué medida las redes sociales, videojuegos y tecnología podrían estar afectándoles negativamente… Y ni aun así los resultados se pueden considerar definitivos.
El informe cita, por ejemplo, un estudio realizado en 2019 entre adolescentes de 12 a 15 años que descubrió que utilizar más de tres horas diarias las redes sociales está vinculado a síntomas depresivos y dormir menos de siete horas diarias. Sin embargo, recoge también otra encuesta de 2018 con adolescentes entre 13 y 19 años en la que el 81% de los participantes afirmó que las redes sociales les hacen sentirse más conectados con sus amigos, el 25 % aseguró que son importantes para su creatividad y otro tanto dijo expresamente que les hace sentirse menos solos. Por otra parte, incluye un estudio de la Universidad de Iowa con 3.000 niños y adolescentes que durante tres años comprobó que los niños que jugaban con videojuegos eran más impulsivos y tenían más problemas de atención. No obstante, otro trabajo sobre hábitos digitales de más de 120.000 jóvenes reveló que jugar online menos de una hora al día tiene efectos positivos porque incrementa la resiliencia emocional y las habilidades para resolver problemas.
«La revisión de estas investigaciones sugiere que los problemas online son a menudo prolongaciones de los comportamientos y las características offline», aventura la organización en su informe. Es decir: las personas con tendencia a la ansiedad tendrán más afán por responder de inmediato a un mensaje de WhatsApp (pero no es WhatsApp el origen de esta ansiedad) y aquellos con menos autoestima se sentirán más deprimidos si sus fotos consiguen poco likes en Instagram o las vidas que reflejan las imágenes de los otros son más interesantes, más estimulantes, más maravillosas y estupendas que la propia (pero Instagram no es culpable de que les falle la autoestima).
Diez consejos para un uso saludable de la tecnología
Ahora bien, ¿cómo promover esa relación saludable con la tecnología, que redunde en bienestar? He aquí diez consejos para ello:
- Reflexionar sobre cuándo y cómo utilizar los dispositivos tecnológicos. Más importante que el tiempo de conexión, es para qué empleamos la tecnología. ¿Para informarnos, escuchar música, aprender, investigar, inspirarse, crear? ¿O simplemente como pasatiempo sin fondo?
- Establecer qué grado de atención conceder a la tecnología. Algo tan sencillo como desactivar las notificaciones del teléfono móvil (ya sean sonoras o visuales) contribuye a evitar distracciones constantes.
- Marcar límites de acceso antes de dormir. La utilización de dispositivos electrónicos por la noche altera el sueño y reduce el descanso nocturno: es lo que se conoce como vamping. Fijar como norma y hábito dejar el dispositivo fuera del dormitorio al acostarse, y limitar los tiempos de conexión antes de ir a dormir, previene la privación del sueño.
- Conversar en familia sobre los contenidos digitales que se consumen. ¿Qué vídeos ven nuestros hijos e hijas, y por qué? ¿Qué les llama la atención? ¿Qué contenidos consideramos positivos o inadecuados, y por qué?
- No recurrir a los dispositivos electrónicos como premio o castigo, en la relación familiar entre padres e hijos.
- Cuidar la privacidad y la cesión de uso de datos personales. Leer las condiciones de servicio de las plataformas y webs a las que recurrimos es altamente aconsejable.
- Recapacitar sobre la huella digital que vamos dejando y cómo afecta a nuestra identidad online. Buscarse a uno mismo en Google puede ser muy revelador.
- Fomentar el respeto y la convivencia en el entorno digital: no humillar ni reaccionar de manera violenta, ni tampoco permitir que otros amenacen ni desprecien.
- Promover actividades complementarias o alternativas a las desarrolladas online, ya sea leer, hacer deporte, actividades al aire libre: pensar cuál ha de ser el equilibrio, y fomentarlo.
- Proteger la seguridad de los dispositivos. Con actualización periódica de software y aplicaciones, instalación de antivirus y revisión de contraseñas (por cierto: las contraseñas no se comparten). Descargar solo aplicaciones seguras y no hacer clic en enlaces de dudosa procedencia.
Autora: María Lázaro, autora del libro “Redes sociales y menores. Guía práctica” (Ed. Anaya Multimedia, 2020).