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    Comportamiento - 17/04/2019

    Frenar el ciberbullying: el papel de los padres en la educación

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    El ciberbullying, o ciberacoso, es un fenómeno real. Y puede ser extremadamente peligroso. Para todos los actores. Por supuesto, para las víctimas, que pueden llegar a sufrir de manera difícil de medir. También, claro, para los propios agresores, que pueden generar y consolidar modos habituales de comportamiento basados en el desprecio al otro, especialmente al que se tacha de débil, de perdedor. Imbuidos de una superioridad y jerarquía que les hace insensibles al dolor ajeno. Pero también los efectos pueden ser inquietantes y lesivos para los denominados espectadores u observadores, es decir, para aquellos, muchos ordinariamente, que conocen lo que está pasando y, por diferentes razones, acaban mirando hacia otro lado, sin implicarse, entendiendo que la situación no va con ellos y que es mejor no involucrarse. El resultado, la inacción y, consecuentemente, la ausencia de ayuda a quien está sufriendo por la situación de maltrato emocional que supone la práctica del ciberbullying.

    Especialmente en los casos de ciberbullying, es muy importante resaltar el papel de aquellos actores (compañeros, amigos, conocidos, miembros de un grupo de mensajería instantánea…) que, incluso sin introducir nuevas variantes o elementos en la agresión que puede haberse producirse, por ejemplo, en forma de insultos, rumores, vejaciones o envío de imágenes comprometidas de compañeros a través de redes sociales, contribuyen de manera sustantiva en la situación de maltrato con la difusión que hacen de lo que reciben en sus dispositivos móviles, extendiendo de forma cruel y expansiva aquello que daña la intimidad, honor o dignidad de la víctima.

    El papel de los padres en la prevención del ciberbullying representa un tema clave. Y no creo que se haya hablado suficientemente de él. Es este un tema que sobrevuela el análisis del fenómeno del acoso entre iguales. Y, sin embargo, es un elemento nuclear sobre el que se necesita profundizar notablemente.

    Hablar del acoso entre compañeros, o del ciberbullying en su caso, suele identificar casi siempre a la escuela como la casi exclusiva responsable de casi todo. Haciendo referencia al pasado, un pasado real, en el que ideas erróneas que todos nos sabemos de memoria describían una realidad en la que el maltrato entre iguales pasaba por ser una cosa de chicos, una suerte de broma sin trascendencia, una experiencia para crecer, incluso… En fin. Afortunadamente, las cosas están cambiando. Y estimo que para bien.

    El acoso escolar, en general, y el ciberbullying, o acoso entre iguales en el mundo virtual (el ciberacoso es un término que técnicamente se relaciona con situaciones en las que se ven implicados adultos) son dos fenómenos en uno que suelen ser relacionados particularmente con el funcionamiento, las condiciones organizativas y metodología de los centros educativos, las relaciones interpersonales que allí se producen, la falta de empatía de los adolescentes o la actitud y preparación del profesorado. Y hasta con el currículo que se imparte.

    Pero este fenómeno no nace específicamente en las escuelas, sino que anida y se desarrolla en ellas. No emana, en general, de la estructura sistémica que sostiene la vida de las comunidades educativas. Aunque sí es verdad que ésta, la estructura, puede abonar o detener (si prima y se valora la convivencia pacífica como eje nuclear del centro) su crecimiento y diseminación.

    No es cuestión de buscar culpables. Pero sí es necesario hablar de responsabilidades. Y es imprescindible orientar la mirada crítica a la banalización de la violencia con la que convivimos. Hasta, casi, acostumbrarnos a ella. De modo increíblemente acrítico. Como sociedad, ya no nos asustamos de nada. El umbral de sorpresa e indignación está tan elevado que poco o muy poco sobresalta nuestras emociones. Malos modos, arrogancia, individualismo, chulería, soberbia y violencia caminan a nuestro lado mientras vivimos. Así sin más. Los medios de comunicación muestran de modo intenso y extenso una realidad cruda que acaba por penetrar en nuestro tuétano. Y mezclarse, y diluirse, seguramente, en nuestro ADN. Nada es neutro en la vida. Y menos cuando hablamos de la educación.

    Es necesario que todos nos impliquemos en este proceso para prevenir de modo activo, claro, evidente, con convicción y seguridad. Mirando de frente. Y los padres y madres también, especialmente. La prevención del acoso, del ciberacoso, del maltrato y la violencia entre iguales requiere del compromiso de padres y madres en la educación de sus hijos. Nuestro papel y responsabilidad en la educación no tiene parangón. Desde que presenciamos su llegada a este mundo, a nuestro mundo; desde que observamos sus primeras miradas, sus primeros pasos; desde que escuchamos sus primeras palabras… Desde que se aferran con sus manitas a la mano que les ofrecemos. Desde el día en que se nos cae la baba reconociendo su primera mueca de sonrisa.

    El día a día. Cuidar la actitud, la escucha, la capacidad para dialogar, analizar los hechos, responder con ecuanimidad y compasión. Despreciar la violencia, responder a ella con los valores prosociales básicos. Nuestro comportamiento en el espejo. Modelar la ayuda, la solidaridad, el apoyo, el compañerismo, el aprecio, la sensibilidad. Defender y cuidar a quien no se sostiene, a quien apenas se atreve a mirar, a levantar la voz, a pedir ayuda. El ejemplo y el modelo, el nuestro, como herramientas esenciales.

    Educar para la vida, también, para el afrontamiento de situaciones difíciles. Que llegan poco a poco en sus vidas, la de los pequeños, y van a llegar, incrementadas en número y complejidad. Explicar, mediar, sostener, pero aceptando la frustración de nuestro hijo como estructura esencial en la construcción de una personalidad sana.

    La prevención de la violencia entre iguales, del acoso entre compañeros empieza, también, antes de que nuestros niños, niñas y adolescentes pisen incluso los pasillos y aulas de su primera escuela, antes de que conozcan a los que van a acompañarles durante esa experiencia, con anterioridad, incluso a que oigamos, si somos padres primerizos, que esto del acoso es un problema. Ahí empiezan muchas cosas. Muchas.

    Autor: José Antonio Luengo Latorre, psicólogo, Equipo para la prevención del Acoso Escolar en la Comunidad de Madrid y colaborador de Dialogando.

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