En el ecosistema digital -y mayormente en las redes sociales- el éxito y la visibilidad se miden en números y cantidades: likes, me gusta, retweets, compartidos y número de vistas.
Estos números, o cifras, son los que validan y dan entidad, visibilidad y circulación a las publicaciones que se realizan en redes sociales.
Sabemos que para chicos y chicas las redes sociales son un espacio de construcción identitaria. En los distintos portales y aplicaciones que frecuentan se ponen en juego diversas cuestiones relacionadas con la identidad.
El hostigamiento en espacios digitales es una problemática cuyo abordaje reviste algunas aristas y cuestiones a tener en cuenta. Es una temática compleja porque se sostiene en un entramado que va más allá de la lógica dual de agresores/as y agredidos/as.
Este entramado se conforma no sólo por quien o quienes agreden y quien recibe la agresión. También se apoya y sostiene en un grupo de pares que se posicionan como espectadores de dichas agresiones en espacios digitales.
Este grupo de pares, o espectadores, puede tomar una postura activa o pasiva. La postura pasiva remite a aquellas personas que, ante la presencia de una agresión u hostigamiento en espacios digitales, no realizan ninguna acción. Por otro lado, las personas que toman un rol activo validan, legitiman y reproducen las agresiones mediante comentarios, reenvíos, likes o compartidos.
Una de los aspectos que diferencian al ciberbullying respecto del bullying es que el alcance es mucho mayor. A partir del like que valida la agresión, los comentarios que la refuerzan y el reenvío de la misma a otros grupos o canales las agresiones se despliegan en espacios a los que el hostigamiento analógico no llegaría.
A su vez, en esta problemática no hay descanso: los mensajes y las notificaciones se presentan en cualquier momento. No es suficiente estar fuera del espacio u horario escolar para seguir recibiendo agresiones.
Abordar esta temática implica desarticular la lógica binaria de agresor/a-agredido/a, no sólo por el rol activo que toman quienes reproducen las agresiones o quienes sólo ocupan un rol pasivo, sino también porque el ciberbullying suele tomar protagonismo en etapas donde la construcción identitaria está en pleno desarrollo. Por lo tanto, etiquetar a niños o niñas en el mote de “agresor/a” y “víctima” sólo amplifica el problema.
El abordaje de esta temática debe realizarse de forma grupal, ya que como mencionamos anteriormente, todos y todas son parte de la misma, ya sea directa o indirectamente.
Autor: Nahuel Asinsten, parte del equipo de investigación y tallerista de Faro Digital (Ong para la construcción y promoción de una ciudadanía digital).