Luis tiene 14 años, y como la mayoría de sus compañeros de clase tiene Instagram instalado en su móvil. Ni Snapchat ni Facebook han logrado captar su atención, dice que son para gente más mayor o que simplemente “los demás no lo tienen”. Tiene smartphone desde hace un par de años y sabe perfectamente que al conectarse a Internet mediante este tipo de aplicaciones va a llamar la atención de otras personas, de hecho, para eso la tiene. Los likes de sus amigos son claramente un objetivo. Dice que esto le permite compartir con “los colegas” las cosas que le interesan, lo que le divierte, lo que hace, cómo se lo pasan y las bromas que se gastan. Dice también que no cree que un móvil le aísle, que al contrario, que así siempre está con gente. Aunque tiene la cuenta privatizada, tiene más de 400 seguidores. Y no se siente observado, al menos no considera que eso sea una molestia, ni mucho menos un riesgo.
Elementos a analizar de esta situación: un menor de edad está llamando la atención de terceras personas sobre su vida privada, lo busca intencionadamente, y trata de hacer que sean cada vez más los que se interesen por él. Comparte lo que le sucede a diario, tanto a él como a otros menores de edad, y aunque lo muestra a más de 400 followers no se siente observado.
Preguntas que deberíamos hacerle a Luis: ¿Conoces personalmente a esas 400 personas? ¿Conoces su sentido del humor, sus intereses, o sus intenciones al seguirte? ¿Sabes que cuando seas adulto cualquiera de las fotos de tu Instagram puede reaparecer en cualquier parte de Internet? ¿Y sabes que las fotos que pones de tus amigos también? ¿Sabes que lo mismo ocurre con los vídeos que cuelgas y los que emites en directo? Y si te además te dijera que todos, insisto, todos tus followers van a estar contigo y tus amigos durante toda la tarde, que van a estar haciéndoos fotos para subirlas luego a Internet, y que van a hacerlo todas las tardes del verano ¿te incomodaría? Una última pregunta, si te dijera que hay 2 de tus followers, solo 2, que piensan que eres un chulito y que necesitas que alguien te baje los humos… ¿los bloquearías en tu cuenta?
Conclusión: Luis debe plantearse si quiere arriesgarse a acabar convertido en un meme viralizado para siempre, o peor, ser la causa de que alguno de sus amigos (los de verdad) lo sea.
Este relato está basado en hechos reales, y aunque Luis no está exento de poder acabar así, lo cierto es que estamos ante un caso de riesgos considerablemente reducidos por lo siguiente: el padre de Luis le sigue en Instagram y no deja que suba fotos ni vídeos susceptibles de ser troleados, o que den ideas demasiado evidentes para ser manipulados y convertirse en mofa del público. Le ha explicado lo que esto significa, e incluso cómo puede llegar a afectar a sus amigos algo así. Le ha activado todas las herramientas de privacidad de la cuenta, e incluso le ha instalado en el móvil una aplicación de control parental. No deja que descuide sus horas de estudio, sin móvil, habiendo obtenido unas notas superiores a las de la media de su clase para este curso. Además es un chico con una consideración muy sana de sí mismo, pero sobre todo, del respeto a los demás, de manera que en las fotos que publica procura que no se les vea la cara ni a él ni a los otros, y si ocurre, que es en muy pocas ocasiones, al más mínimo comentario molesto, las retira.
Es evidente que a pesar de todo esto sigue habiendo riesgos, sí. Pero los menores no pueden vivir de espaldas a una sociedad hiperconectada, y mucho menos sus padres. Deben sentirse apoyados por ellos y también por sus educadores en este entorno tanto como en cualquier otro. Nunca se deben minimizar sus preocupaciones o restarles importancia por el mero hecho de que parezcan “chiquilladas”, haciendo como si no existieran, es bueno ayudarles a relativizarlos estimulando su autoestima, y también educando su respeto hacia la de los demás. Deben ser concienciados de que no es necesario una sobreexposición on-line para ser apreciado, ni esto les va a regalar un sueldo en el futuro. Al contrario, es probable que les dé más problemas que recompensas.
Es una responsabilidad de adultos el evitar que los menores de edad puedan llegar a ser “tatuados” como bufones de la Red, y que su reputación no sea dañada antes de poder tener el control de sus propios derechos, pero eso sí, sin bloquearles el acceso a Internet porque la sociedad en la que viven exige que sepan cómo “surfearla”.
Autor: Ofelia Tejerina, abogada TIC, doctora en Derecho Constitucional y colaboradora de Dialogando.