Recién he leído en varios medios y fuentes serias y confiables un estudio desarrollado por el neurocientífico Michel Desmurget, que afirma categóricamente que la generación identificada como “nativos digitales” es menos inteligente que nosotros sus padres. En su libro, “La fábrica de cretinos digitales”, el Dr. Desmurget afirma que la sobreexposición a la tecnología con fines de entretenimiento merma el desarrollo de las nuevas generaciones, y los convierte en la primera generación con un coeficiente intelectual (CI) más bajo que el de sus padres, haciendo la referencia a que un joven a los 18 años pasó frente a una pantalla el equivalente a 30 cursos escolares o 15 años de jornada laboral completa…
Según el doctor en neurociencia y director de investigación del Instituto Nacional de la Salud de Francia, “la exagerada exposición que tienen niños y jóvenes frente a distintas pantallas afecta sus principales fundamentos de la inteligencia como el lenguaje, la memoria, la concentración y la cultura en general”.
Soy madre de 4 nativos digitales, nacidos entre 2008 y 2015, por obvias razones esos datos me han puesto en estado de alerta. Siendo mamá, tengo claro que una de las mejores formas de entender y de interpretar el mundo es a través del juego y que para jugar los niños necesitan tiempo. Aparentemente, tiempo (ese precioso intangible) es lo que hoy sobra en el confinamiento total y parcial… pero el ritmo frenético que acostumbrábamos a llevar antes de la pandemia nos ha volcado hacia las pantallas tanto a chicos como a grandes por igual, algunos por necesidad, otros por entretenimiento y muchos más por adicción. Con eso sobre la mesa, queda claro que la convivencia uno a uno, el juego libre, los momentos de creatividad, quizá, es verdad, que están disminuyendo…
Para nada quiero retar o poner en tela de juicio las afirmaciones de esta revelación; pero si quiero invitar a las familias a “darnos cuenta”, ojalá a tiempo, de estos excesos. La tecnología en su uso y consumo tiene miles de beneficios: nos informa, nos acerca, nos instruye, nos despierta, nos conecta con el mundo que hoy parece tan distante…, su exceso como en todo, nos rebasa, nos anestesia, nos consume, eso no es novedad, la novedad es que está en manos de cada familia hacer un uso racional y conveniente de las pantallas.
El cerebro es plástico, esto significa que literalmente se moldea con las experiencias y se nota en el neurodesarrollo. Se ha estudiado mucho en los últimos años si los videojuegos afectan dicha plasticidad, o si causan conductas adictivas al estimular la producción de ciertas sustancias en el cerebro…, hoy, el mundo ha cambiado todavía más, y no solo son los videojuegos, sino la exposición al dispositivo en sí mismo. Aparentemente estamos llegando al punto de necesitar la tecnología para pasar a depender de ella y que el adjetivo “inteligencia artificial” cobre un significado literal.
Un dato que también me hizo revisar el uso y consumo en casa es el siguiente: el Dr. Desmurget afirma que la mayoría del tiempo que pasan los menores frente a cualquier pantalla es recreativo y no educativo. «Los preadolescentes usan trece veces más la tecnología para divertirse que para fines relacionado con la escuela. Los adolescentes, cerca de ocho. El tiempo que los chicos y jóvenes pasan ante un dispositivo digital es abrumador. En los países occidentales los niños menores de dos años pasan diariamente casi tres horas delante de una pantalla, entre los 8 y los 12 años están casi cinco horas al día, de los 13 a los 18 años su consumo roza las siete horas diarias.”
En México además tenemos el tema de la obesidad infantil, el sedentarismo adulto… y los famosos “huérfanos digitales”, esta generación abandonada por sus padres porque pasan en exceso tiempo en sus pantallas. Tenemos dos opciones: leer esto y seguir en pausa, fomentando conductas que dañan a nuestros hijos, a nuestra familia y a la sociedad en el mundo; o, repensar el uso y el consumo de la tecnología, poner reglas saludables, balanceadas, inteligentes (humanamente) y seguir gozando de lo mejor de los dos mundos: el analógico y el digital.
Para ello, propongo regresar a lo básico, donde la máxima infalible en la crianza es “niño ve, niño hace”. Son tiempos inciertos y nos da miedo quedar fuera o desconectados del mundo, pero la realidad es que “el mundo” somos nosotros y los nuestros y es preciso conectar con ellos ahora mismo, “menos es más” afirman las corrientes minimalistas y simplificadoras que garantizan ofrecer vidas más felices y significativas a las personas. Yo digo “hagamos el intento”, apostemos por más calidad y menos cantidad, usemos ese radar llamado intuición y sentido común y observemos con el alma que es lo mejor para nuestros hijos, porque cada casa es un mundo. Soy pro-tecnología, soy una mujer “tecnopositiva”, pero eso no me impide reconocer que un descuido en el exceso puede causar un daño grande en mis hijos que finalmente, es mi responsabilidad evitar.
Dejemos de fomentar la prisa, de alabar el estar ocupados y de aplaudir las capacidades de ser “multitareas”, el mundo es fascinante, incluso a través de una pantalla, pero sin interrupciones, sin querer estar en todos lados, todo el tiempo, con todos en todo. Tratemos de ser y de estar en lo que nos ocupa, una cosa a la vez. Es positivo y es bueno, la memoria nos lo va a agradecer. Dicen y dicen bien que, “a quien dos amos sirve, con uno queda mal”, ser y estar es el nuevo santo grial. Si podemos, solo si queremos. Nuestros hijos y nosotros merecemos gozar de plena inteligencia, de plenas capacidades y habilidades. Merecemos ser mejores y seguir aprendiendo del mundo.
No todo está a un click de distancia, a veces, la pausa es la clave. La calma aun en las pantallas, en esas que nos dan tanto todavía. Enfoquemos el uso de dispositivos y el consumo de contenidos de valor para nuestros hijos y para nosotros mismos.
Autor: Karla Lara, @karlamamadecuatro