En la actualidad, ¿estamos educando a nuestros hijos en valores a partir del cariño y los límites?
Internet dificulta que podamos educar a partir de ciertos límites porque se caracteriza por permitir con suma facilitad explorarla con poca o ninguna supervisión parental; apenas existen restricciones para los más pequeños, ya que ni la edad, ni el tiempo, ni el coste representan barreras. Esto obliga a padres y madres a cambiar el chip y pensar más en acompañar y formar plenos ciudadanos y ciudadanas digitales para que puedan desenvolverse de manera autónoma en Internet, de forma activa, positiva, segura y saludable.
La clave está en generar esa autonomía y sobre todo confianza, y para poder inculcar los mismos valores que entendemos son necesarios fuera de Internet (solidaridad, compañerismo, respeto, igualdad…), padres y madres deben entender el nuevo contexto digital, comprender qué hacen y por qué sus hijos e hijas, y adaptarse a esta nueva realidad. Mientras las personas adultas estén perdidas, y las nuevas generaciones exploren y aprendan por sí mismos como si estuvieran en la isla de “El señor de las moscas”, difícilmente podremos educarlos en esta etapa tan crucial de sus vidas.
En este aprendizaje, ¿qué papel tienen los padres? ¿Y los abuelos, tan relevantes hoy en día? ¿Y el colegio? ¿Y hermanos mayores y amigos?
Como dice el proverbio africano, hace falta una aldea para criar a un niño. Ahora nos encontramos sumergidos en una aldea global en su máximo exponente digital, habitada por otras 3.000 millones personas y accesible a través de nuestro smartphone. En esa aldea rara vez están las que de verdad son más importantes para la educación del niño o la niña: los abuelos o incluso los padres. Se requiere que las distintas generaciones compartan momentos juntas delante de las pantallas, las redes sociales, los programas de mensajería, los videojuegos e Internet. Solo así podrán dialogar, comprender distintos puntos de vista, asesorar, apoyar, guiar, proteger, disfrutar juntos…
Los adultos nos sentimos abrumados, sin saber cómo orientarles, sin tener experiencias previas que nos sirvan para comprender el momento que están viviendo y poder así guiarles e influir positivamente. Sin embargo, vivir a través de las nuevas tecnologías es más fácil que nunca, con tablets y smartphones cada vez más sencillas e intuitivas, y con toda una generación de niños y niñas que están deseando hacer cosas junto con las personas que más quieren. La ventana es muy pequeña, y si no se aprovechan esos momentos en la infancia para estar y educar también dentro de Internet, luego las personas se vuelven extraños digitales.
Los niños y jóvenes ya no necesitan que los adultos les resolvamos sus dudas ya que ahora tienen a Google, ¿qué efecto tiene en ellos la sobre exposición a la información?
Para que la información se pueda transformar en conocimiento debe tener un contexto, e Internet es un medio que destaca precisamente por carecer muchas veces de contexto. Son las personas adultas, con su experiencia e intuición, quienes pueden guiar y dar sentido a esas soluciones y prácticas que con tanta facilidad se popularizan en Internet.
Sin esa transmisión de conocimiento y valores, Internet se convierte en una máquina perfecta de normalizar conductas, a veces nocivas; al igual que nosotros, los más pequeños se encontrarán perdidos más de una vez en la vida, pero a diferencia de nuestra generación, creerán que el primer resultado de Google, YouTube o Facebook será la solución acertada para sus dudas y problemas. Unido con el exceso de información, algo que ya los expertos llaman infoxicación, estamos creando toda una generación de ciudadanos y ciudadanas que, saturados con tanta información y estímulos, son incapaces de tomar las decisiones que más les convienen tanto como personas, como sociedad.
¿Y los adultos? ¿Podríamos vivir sin internet?
Podríamos vivir sin Internet, y sin los avances de en medicina o en agricultura, pero difícilmente se podría sostener el complicado equilibrio que estamos construyendo, y tendríamos que prescindir de las muchas aportaciones positivas que nos ha traído.
Por un lado, se nos dice que ya no hay diferencia entre el mundo online y el offline. Pero en la práctica, ¿es así?
Estamos hablando de un mismo mundo pero dos contextos. Aunque están interconectados, son diferentes. En Internet tendemos a comportarnos de una forma más desinhibida, y a veces incluso cruel, porque rara vez vemos cara a cara a las personas con las que interactuamos. A nadie se le ocurre pasarse las noches insultando a sus vecinos, pero muchos lo hacen con sus cibervecinos.
No nos damos cuenta de que la vida digital es real, que cada persona que está detrás de una pantalla es tan real como la que tenemos cara a cara, y somos nosotros quienes por no saber situarnos, comprender y afrontar las consecuencias de lo que hacemos, nos comportamos de forma diferente. Si somos la misma persona, deberíamos poner en práctica los mismos valores, aunque sea de diferentes formas.
¿Cuáles son las claves para no caer en el «lado oscuro» de las nuevas tecnologías en la adolescencia? ¿Y en la edad adulta?
No somos capaces de digerir tantos conflictos y emociones en tan poco tiempo ya que el cerebro no ha evolucionado de la noche a la mañana y seguimos teniendo unas capacidades similares a las de nuestros abuelos y abuelas.
Si aprendemos a ser más empáticos, lograremos convivir mejor en la Red, y si desarrollamos un buen pensamiento crítico, aprovechando incluso las ventajas que las herramientas digitales nos proporcionan, tomaremos decisiones más justas y acertadas. Reforzar algunas de estas habilidades necesarias para nuestro día a día digital nos ayudarán a desenvolvernos de forma autónoma y segura en un entorno social autogestionado sin apenas supervisión (ni parental, ni policial, ni de la sociedad en general). Aprenderlas desde cero dentro de Internet es el gran reto al que se enfrentan niños y niñas hoy en día.
¿Cómo se sale una vez dentro?
No hay por qué salir, hay que cambiar lo que está mal dentro. Internet lo construyen las personas que lo habitan. Es importante que quienes sepan que algo está mal, sepan cómo cambiarlo y se queden para hacerlo. Todas las personas tienen la obligación de actuar cuando presencian una injusticia, también cuando éstas ocurren tras una pantalla. Internet es y será siempre lo que nosotros queramos que sea, está en nuestras manos, también en la de los más pequeños.
¿Por qué hay personas que necesitan enseñar su vida a través de las redes sociales?
La aceptación social, junto con la autoestima, son necesidades que todas las personas tratamos de satisfacer. El problema es que las redes sociales son capaces de ofrecernos micro-satisfacciones con las que nos conformados, por ser fáciles de conseguir y numerosas.
Cada vez que subimos una foto en la que salimos guapos o felices, y recibimos un comentario positivo o un “Me gusta”, recibimos una dosis de dopamina al activarse el circuito de motivación y recompensa. Ese mecanismo “engancha”, y es por eso que ya se está planteando que lo que realmente genera adicción son las relaciones online; las nuevas tecnologías facilitan y potencian esas situaciones de dependencia y aceptación social, pero no las provocan (si lo hicieran, habría una pandemia y habría miles de millones con problemas adictivos).
Para un niño, ¿los videojuegos son al cerebro lo que el balón a las piernas?
Hay una gran variedad de videojuegos, igual que de películas, comics, libros, animaciones… Por tanto, hay algunos videojuegos que sí estimulan el cerebro (concentración, reflejos, pensamiento crítico, crecimiento personal…) o cuentan con unas características adecuadas para el aprendizaje tanto de conceptos como de valores (cooperación, compañerismo, perseverancia, conductas de cuidado hacia las demás personas…), pero también existen multitud de juegos que no son adecuados para ciertas edades, y otros que no lo son para nadie.
Para saber si un videojuego es adecuado o no, nada como jugar juntos con buena predisposición y paciencia (a veces es más peligroso engancharse al aparentemente inocente Candy Crash, que al notablemente nocivo Grand Theft Auto V).
¿Las redes sociales pueden provocar infelicidad a los adolescentes?
Las redes sociales nos permiten presentar nuestro mejor “yo”, aunque no sea real, y compartir cosas espectaculares (viajes más exóticos, situaciones donde se muestre una felicidad sobre exagerada, comentarios acertados aunque copiados de algún lado…), y es imposible sostener el ritmo ante esa competencia por el “yo más feliz”.
Llega un momento en el que reflexionamos y nos damos cuenta que el mundo a nuestro alrededor está lleno de alegría, algo que ni es cierto ni tan necesario, y nos preguntamos por qué nosotros no nos sentimos igual. Nos preocupamos por publicar cosas que contenten a personas que realmente no nos importan, cuando quizá deberíamos acordarnos de la famosa frase con la que Clark Gable se despedía de Scarlett O’Hara: “Francamente, querida, me importa un bledo”.
Entrevista realizada por el equipo de comunicación RC y Sostenibilidad de Telefónica