A pesar de los evidentes beneficios que el uso de la tecnología puede reportar en el aula, si este proceso no se lleva a cabo de manera adecuada es posible que desemboque en algunos inconvenientes. El volumen de información que los chavales encuentran en la Red, y la velocidad con la que acostumbran a acceder a ella, puede derivar en cierta falta de criterio a la hora de identificar las fuentes y en reconocer la calidad y autoridad de los datos que encuentran. Igualmente, esta revolución tecnológica puede acostumbrarles a conseguir todo de forma inmediata y superficial, dejando por el camino valores como la constancia, el esfuerzo y el rigor. De la misma manera, algunos subrayan el peligro que corre el buen uso del lenguaje, principalmente por la popularización de las abreviaturas o la omisión de signos de puntuación (que fomentan en gran medida la mensajería instantánea, el chat u otras herramientas de comunicación electrónica similares).
La doble cara de las TIC como herramienta educativa debería llevarnos a la siguiente reflexión: la llegada de la tecnología a las aulas no puede traducirse en una mera sustitución del cuaderno de papel por el ordenador portátil, sino que tiene que ser una complementación de la enseñanza en habilidades y conocimientos que ayer eran importantes y hoy lo siguen siendo. En definitiva, el uso de pantallas como los portátiles, las pizarras digitales o Internet en el ámbito escolar ha de ser un uso provechoso e inteligente, que verdaderamente aporte posibilidades antes inexistentes, pero que no suponga una aniquilación de habilidades fundamentales para el futuro de nuestros niños como lo son la capacidad de análisis y reflexión, el espíritu crítico o la buena comunicación oral y escrita.
Para superar este reto con éxito, resulta fundamental la labor educativa de profesores y padres, actores que juegan un papel protagonista en este contexto. A pesar de la tan habitualmente mencionada “brecha digital” entre la Generación Interactiva y sus mayores, la educación mediática de nuestros niños y jóvenes no es una tarea para nada imposible. Dicha labor requiere, claro está, adquirir ciertos conocimientos y destrezas en el uso de distintos dispositivos, procurando formarnos y actualizarnos en caso necesario. No obstante, el quid de la cuestión estará en asumir un verdadero compromiso con nuestros jóvenes y con las tecnologías, dándonos cuenta de que muy a menudo pesa más el sentido común que los conocimientos técnicos.
Autor: Jorge Tolsá